Colegio Superior para la Educación Integral Intercultural de Oaxaca.
Bachillerato Integral Comunitario No. 45 de San Pedro Ñumí.
C.C.T.: 20EBD0045Z.
Módulo III: Ciencia y Comunidad.
Unidad de contenido: Literatura
“Textos Literarios de Juan Rulfo en mixteco-español”.
Nombre del equipo:
Janeth Juárez Vázquez.
Fredy Sosa Martínez.
Cristian Santos Sosa.
Patricia Martínez Reyes.
Asesora: Ángela Soledad Rivera.
ÍNDICE.
PRÒLOGO.
En el presente trabajo que se realizó está basado en 3 breves cuentos del autor Juan Rulfo y de uno de sus más grandes obras el libro “El llano en llamas” los cuales son: Acuérdate, Es que somos muy pobres y La noche que lo dejaron solo. En la cual los textos están codificados en español y mixteco variante del municipio de San Juan Ñumí y con una pequeña ilustración que acompaña a la narración.
Esperando que sea de su agrado y comprensión los textos traducidos para los estudiantes del tercer módulo fue un poco costoso en traducir estos textos ya que algunas palabras no están en el contexto del mixteco.
El libro en el cual traducimos algunos cuantos; está compuesto de 17 cuentos, los cuales se llevaron en la traducción del mixteco solamente 3 de ellos.
Cuentos de Juan Rulfo.
acuérdate
(el llano en llamas, 1953) |
NDAKA
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acuérdate de urbano Gómez, hijo de don urbano, nieto de dimas, aquél que dirigía las pastorelas y que murió recitando el “rezonga ángel maldito” cuando la época de la gripe. De esto hace ya años, quizá quince. Pero te debes acordar de él. Acuérdate que le decíamos el abuelo por aquello de que su otro hijo, Fidencio Gómez, tenía dos hijas muy juguetonas: una prieta y chaparrita, que por mal nombre le decían la arremangada, y la otra que era rete alta y que tenía los ojos zarcos y que hasta se decía que ni era suya y que por más señas estaba enferma del hipo. Acuérdate del relajo que armaba cuando estábamos en misa y que a la mera hora de la elevación soltaba un ataque de hipo, que parecía como si estuviera riendo y llorando a la vez, hasta que la sacaban fuera y le daban tantita agua con azúcar y entonces se calmaba. esa acabó casándose con lucio chico, dueño de la mezcalera que antes fue de librado, río arriba, por donde está el molino de linaza de los Teódulo.
Acuérdate que a su madre le decían i>la berenjena porque siempre andaba metida en líos y de cada lío salía con un muchacho. se dice que tuvo su dinerito, pero se lo acabó en los entierros, pues todos los hijos se le morían recién nacidos y siempre les mandaba cantar alabanzas, llevándolos al panteón entre música y coros de monaguillos que cantaban “hosannas” y “glorias” y la canción esa de “ahí te mando señor otro angelito”. De eso se quedó pobre, porque le resultaba caro cada funeral, por eso de las canelas que les daba a los invitados del velorio. sólo le vivieron dos, el urbano y la Natalia, que ya nacieron pobres y a los que ella no vio crecer, porque se murió en el último parto que tuvo, ya de grande, pegada a los cincuenta años. La debes haber conocido, pues era muy discutidora y cada rato andaba en pleito con las vendedoras en la plaza del mercado porque le querían dar muy caros los jitomates, pegaba gritos y decía que la estaban robando. Después, ya pobre, se le veía rondando entre la basura, juntando rabos de cebolla, ejotes ya sancochados y alguno que otro cañuto de caña "para que se les endulzara la boca a sus hijos". Tenía dos, como ya te digo, que fueron los únicos que se le lograron. Después no se supo ya de ella. ese urbano Gómez era más o menos de nuestra edad, apenas unos meses más grande, muy bueno para jugar a la rayuela y para las trácalas. Acuérdate que nos vendía clavellinas y nosotros se las comprábamos, cuando lo más fácil era ir a cortarlas al cerro. nos vendía mangos verdes que se robaba del mango que estaba en el patio de la escuela y naranjas con chile que compraba en la portería a dos centavos y que luego nos las revendía a cinco. Rifaba cuanta porquería y media traía en el bolso: canicas ágata, trompos y zumbadores y hasta mayates verdes, de esos a los que se les amarra un hilo en una pata para que no vuelen muy lejos. Nos traficaba a todos, acuérdate. Era cuñado de nachito Rivero, aquel que se volvió tonto a los pocos días de casado y que Inés, su mujer, para mantenerse tuvo que poner un puesto de tepache en la garita del camino real, mientras Nachito se vivía tocando canciones todas refinadas en una mandolina que le prestaban en la peluquería de don refugio. Y nosotros íbamos con urbano a ver a su hermana, a bebernos el tepache que siempre le quedábamos a deber y que nunca le pagábamos, porque nunca teníamos dinero. Después hasta se quedó sin amigos, porque todos al verlo, le sacábamos la vuelta para que no fuera a cobrarnos. Quizá entonces se vio malo, o quizá ya era de nacimiento. Lo expulsaron de la escuela antes del quinto año, porque lo encontraron con su prima la arremangada jugando a marido y mujer detrás de los lavaderos, metidos en un aljibe seco. lo sacaron de las orejas por la puerta grande entre el rizón de todos, pasándolo por una fila de muchachos y muchachas para avergonzarlo. Y él pasó por allí, con la cara levantada, amenazándolos a todos con la mano y como diciendo: “ya me las pagarán caro”. Y después a ella, que salió haciendo pucheros y con la mirada raspando los ladrillos, hasta que ya en la puerta soltó el llanto; un chillido que se estuvo oyendo toda la tarde como si fuera un aullido de coyote. Sólo que te falle mucho la memoria, no te has de acordar de eso. Dicen que su tío Fidencio, el del molino, le arrimó una paliza que por poco lo deja parálisis, y que él, de coraje, se fue del pueblo. Lo cierto es que no lo volvimos a ver sino cuando apareció de vuelta aquí convertido en policía. Siempre estaba en la plaza de armas, sentado en la banca con la carabina entre las piernas y mirando con mucho odio a todos. No hablaba con nadie. No saludaba a nadie. Y si uno lo miraba, él se hacía el desentendido como si no conociera a la gente. Fue entonces cuando mató a su cuñado, el de la mandolina. Al nachito se le ocurrió ir a darle una serenata, ya de noche, poquito después de las ocho y cuando las campanas todavía estaban tocando el toque de animas. Entonces se oyeron los gritos y la gente que estaba en la iglesia rezando el rosario salió a la carrera y allí los vieron: al nachito defendiéndose patas arriba con la mandolina y al urbano mandándole un culatazo tras otro con el máuser, sin oír lo que le gritaba la gente, rabioso, como perro del mal. Hasta que un fulano que no era ni de por aquí se desprendió de la muchedumbre y fue y le quitó la carabina y le dio con ella en la espalda, doblándolo sobre la banca del jardín donde se estuvo tendido. Allí lo dejaron pasar la noche. Cuando amaneció se fue. Dicen que antes estuvo en el cuarto y que hasta le pidió la bendición al padre cura, pero que él no se la dio. Lo detuvieron en el camino. Iba cojeando, y mientras se sentó a descansar llegaron a él. No se opuso. Dicen que él mismo se amarró la soga en el pescuezo y que hasta escogió el árbol que más le gustaba para que lo ahorcaran. Tú te debes acordar de él, pues fuimos compañeros de escuela y lo conociste como yo. |
Ndaka Urbano Gómez, sede te Urbano, señani Dumas, te ja kastnon nu ite te ni ji'i ndakuatu “ masu ja va'a”. Nde kiuya jinde nu kia, xaun kia. Su ndakarode. Ndaka ja kajuñaon nu nayiu jakua ja nu sede, Fidencio Gómez, oneva uu sede ja ni kaolati kinikini: in ja la tnun ney jinetes ika ja tu ni janu, te ni oka ja masu sema ku. Ndaka ja ni ka osa nu ni ojankuiyo veñu te nu vinka jinkonde te ni okeja okaki kinikini, te nomon kokaon ja nomon jakui jin nomon ndei ini jichi, te ende kaokeneya nde xee te kao ojuña itaululu ndute jin ja vixin te ni ojunkuin.
Ndaka tyi si'ima ti os stnaniña Barenja tyi ndeku dekani oxinini te ndikiu okeim jinetes un axi. Manan ja ni oneva xu'un su ni ndi nu ni otaxu, tyi ndindi se tyi ni kaoji ni ni kaokaku te ndino ka oteniuya ja kata nuin ora ni kaotayuya. Jayun kendo ndau, Ndaka Urbano Gómez, sede te Urbano, señani Dumas, te ja kastnon nu ite te ni ji'i ndakuatu “ masu ja va'a”. Nde kiuya jinde nu kia, xaun kia. Su ndakarode. Ndaka ja kajuñaon nu nayiu jakua ja nu sede, Fidencio Gómez, oneva uu sede ja ni kaolati kinikini: in ja la tnun ney jinetes ika ja tu ni janu, te ni oka ja masu sema ku. Ndaka ja ni ka osa nu ni ojankuiyo veñu te nu vinka jinkonde te ni okeja okaki kinikini, te nomon kokaon ja nomon jakui jin nomon ndei ini jichi, te ende kaokeneya nde xee te kao ojuña itaululu ndute jin ja vixin te ni ojunkuin.
Ndaka tyi si'ima ti os stnaniña Barenja tyi ndeku dekani oxinini te ndikiu okeim jinetes un axi. Manan ja ni oneva xu'un su ni ndi nu ni otaxu, tyi ndindi se tyi ni kaoji ni ni kaokaku te ndino ka oteniuya ja kata nuin ora ni kaotayuya. Jayun kendo ndau, Yun ni kajandetu ja ndo tnon nexa. Nunca tuni te kuano. Kaka ja ni oma nu ve'e.
Ni kaskunkaniya ityu nu kua. Más jika va'a te nu ni junko ja ni ndatatu te ni kakuxatnin nu oma. Kaka ja vi made ni junide xoo sucunde te ni kajide yutnun ja ni junkuainikade te ni ndakanidemade.
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es que somos muy pobres
(el llano en llamas, 1953) |
KUETYI JA KAKUNDAO KUAKUAO
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aquí todo va de mal en peor. la semana pasada se murió mi tía jacinta, y el sábado, cuando ya la habíamos enterrado y comenzaba a bajársenos la tristeza, comenzó a llover como nunca. a mi papá eso le dio coraje, porque toda la cosecha de cebada estaba asoleándose en el solar. y el aguacero llegó de repente, en grandes olas de agua, sin darnos tiempo ni siquiera a esconder aunque fuera un manojo; lo único que pudimos hacer, todos los de mi casa, fue estarnos arrimados debajo del tejaván, viendo cómo el agua fría que caía del cielo quemaba aquella cebada amarilla tan recién cortada.
y apenas ayer, cuando mi hermana tacha acababa de cumplir doce años, supimos que la vaca que mi papá le regaló para el día de su santo se la había llevado el río. el río comenzó a crecer hace tres noches, a eso de la madrugada. yo estaba muy dormido y, sin embargo, el estruendo que traía el río al arrastrarse me hizo despertar en seguida y pegar el brinco de la cama con mi cobija en la mano, como si hubiera creído que se estaba derrumbando el techo de mi casa. pero después me volví a dormir, porque reconocí el sonido del río y porque ese sonido se fue haciendo igual hasta traerme otra vez el sueño. cuando me levanté, la mañana estaba llena de nublazones y parecía que había seguido lloviendo sin parar. se notaba en que el ruido del río era más fuerte y se oía más cerca. se olía, como se huele una quemazón, el olor a podrido del agua revuelta. a la hora en que me fui a asomar, el río ya había perdido sus orillas. iba subiendo poco a poco por la calle real, y estaba metiéndose a toda prisa en la casa de esa mujer que le dicen la tambora. el chapaleo del agua se oía al entrar por el corral y al salir en grandes chorros por la puerta. la tambora iba y venía caminando por lo que era ya un pedazo de río, echando a la calle sus gallinas para que se fueran a esconder a algún lugar donde no les llegara la corriente. y por el otro lado, por donde está el recodo, el río se debía de haber llevado, quién sabe desde cuándo, el tamarindo que estaba en el solar de mi tía jacinta, porque ahora ya no se ve ningún tamarindo. era el único que había en el pueblo, y por eso nomás la gente se da cuenta de que la creciente esta que vemos es la más grande de todas las que ha bajado el río en muchos años. mi hermana y yo volvimos a ir por la tarde a mirar aquel amontonadero de agua que cada vez se hace más espesa y oscura y que pasa ya muy por encima de donde debe estar el puente. allí nos estuvimos horas y horas sin cansarnos viendo la cosa aquella. después nos subimos por la barranca, porque queríamos oír bien lo que decía la gente, pues abajo, junto al río, hay un gran ruidazal y sólo se ven las bocas de muchos que se abren y se cierran y como que quieren decir algo; pero no se oye nada. por eso nos subimos por la barranca, donde también hay gente mirando el río y contando los perjuicios que ha hecho. allí fue donde supimos que el río se había llevado a la serpentina la vaca esa que era de mi hermana tacha porque mi papá se la regaló para el día de su cumpleaños y que tenía una oreja blanca y otra colorada y muy bonitos ojos. no acabo de saber por qué se le ocurriría a la serpentina pasar el río este, cuando sabía que no era el mismo río que ella conocía de a diario. la serpentina nunca fue tan atarantada. lo más seguro es que ha de haber venido dormida para dejarse matar así nomás por nomás. a mí muchas veces me tocó despertarla cuando le abría la puerta del corral porque si no, de su cuenta, allí se hubiera estado el día entero con los ojos cerrados, bien quieta y suspirando, como se oye suspirar a las vacas cuando duermen. y aquí ha de haber sucedido eso de que se durmió. tal vez se le ocurrió despertar al sentir que el agua pesada le golpeaba las costillas. tal vez entonces se asustó y trató de regresar; pero al volverse se encontró entreverada y acalambrada entre aquella agua negra y dura como tierra corrediza. tal vez bramó pidiendo que le ayudaran. bramó como sólo dios sabe cómo. yo le pregunté a un señor que vio cuando la arrastraba el río si no había visto también al becerrito que andaba con ella. pero el hombre dijo que no sabía si lo había visto. sólo dijo que la vaca manchada pasó patas arriba muy cerquita de donde él , estaba y que allí dio una voltereta y luego no volvió a ver ni los cuernos ni las patas ni ninguna señal de vaca. por el río rodaban muchos troncos de árboles con todo y raíces y él estaba muy ocupado en sacar leña, de modo que no podía fijarse si eran animales o troncos los que arrastraba. nomás por eso, no sabemos si el becerro está vivo, o si se fue detrás de su madre río abajo. si así fue, que dios los ampare a los dos. la apuración que tienen en mi casa es lo que pueda suceder el día de mañana, ahora que mi hermana tacha se quedó sin nada. porque mi papá con muchos trabajos había conseguido a la serpentina, desde que era una vaquilla, para dársela a mi hermana, con el fin de que ella tuviera un capitalito y no se fuera a ir de piruja como lo hicieron mis otras dos hermanas, las más grandes. según mi papá, ellas se habían echado a perder porque éramos muy pobres en mi casa y ellas eran muy retobadas. desde chiquillas ya eran rezongonas. y tan luego que crecieron les dio por andar con hombres de lo peor, que les enseñaron cosas malas. ellas aprendieron pronto y entendían muy bien los chiflidos, cuando las llamaban a altas horas de la noche. después salían hasta de día. iban cada rato por agua al río y a veces, cuando uno menos se lo esperaba, allí estaban en el corral, revolcándose en el suelo, todas encueradas y cada una con un hombre trepado encima. entonces mi papá las corrió a las dos. primero les aguantó todo lo que pudo; pero más tarde ya no pudo aguantarlas más y les dio carrera para la calle. ellas se fueron para ayutla o no sé para dónde; pero andan de pirujas. por eso le entra la mortificación a mi papá, ahora por la tacha, que no quiere vaya a resultar como sus otras dos hermanas, al sentir que se quedó muy pobre viendo la falta de su vaca, viendo que ya no va a tener con qué entretenerse mientras le da por crecer y pueda casarse con un hombre bueno, que la pueda querer para siempre. y eso ahora va a estar difícil. con la vaca era distinto, pues no hubiera faltado quien se hiciera el ánimo de casarse con ella, sólo por llevarse también aquella vaca tan bonita. la única esperanza que nos queda es que el becerro esté todavía vivo. ojalá no se le haya ocurrido pasar el río detrás de su madre. porque si así fue, mi hermana tacha está tantito así de retirado de hacerse piruja. y mamá no quiere. mi mamá no sabe por qué dios la ha castigado tanto al darle unas hijas de ese modo, cuando en su familia, desde su abuela para acá, nunca ha habido gente mala. todos fueron criados en el temor de dios y eran muy obedientes y no le cometían irreverencias a nadie. todos fueron por el estilo. quién sabe de dónde les vendría a ese par de hijas suyas aquel mal ejemplo. ella no se acuerda. le da vueltas a todos sus recuerdos y no ve claro dónde estuvo su mal o el pecado de nacerle una hija tras otra con la misma mala costumbre. no se acuerda. y cada vez que piensa en ellas, llora y dice: “que dios las ampare a las dos.” pero mi papá alega que aquello ya no tiene remedio. la peligrosa es la que queda aquí, la tacha, que va como palo de ocote crece y crece y que ya tiene unos comienzos de senos que prometen ser como los de sus hermanas: puntiagudos y altos y medio alborotados para llamar la atención. —sí —dice—, le llenará los ojos a cualquiera dondequiera que la vean. y acabará mal; como que estoy viendo que acabará mal. ésa es la mortificación de mi papá. y tacha llora al sentir que su vaca no volverá porque se la ha matado el río. está aquí a mi lado, con su vestido color de rosa, mirando el río desde la barranca y sin dejar de llorar. por su cara corren chorretes de agua sucia como si el río se hubiera metido dentro de ella. yo la abrazo tratando de consolarla, pero ella no entiende. llora con más ganas. de su boca sale un ruido semejante al que se arrastra por las orillas del río, que la hace temblar y sacudirse todita, y, mientras, la creciente sigue subiendo. el sabor a podrido que viene de allá salpica la cara mojada de tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a trabajar por su perdición. |
Masu vatuka kua ñu kaoyoxa. Una kiu ja ni ka yaoyu tyi ni ji'i nanasa Jacinta, te kiu i'i nuni han katayusa te inconde nuya ja kusutyinio, jinkonde ku'un sau ja tu na mama ku'un sau saun. Yuasa tyi ni jatuanu, tyi ndindi han skutede jinkonde kai. Saunyun tyi nton sanani ni kenta, ni tuni kakukamasa vi tayusa itaululu; jan ku ja ni kasasa ku, ja vi tayunusa, te kandiasa nasa ndute ndiko junkau nde sukun.
Te vinka ikuña, nu kusa Tacha vinka jino uxi uu kuiya, ka jinisa a istiki sido ja ni skutauña yuasa nuin tyi jisoña yute.
Yute tui jinkonde janu ñu uní jakua, ñu vinin tuni.
Masa tyi kixinsa, te visin ni kasa, ndindi ja jiso yuteyun tyi ni kunde ndastotoña te ni kantasa ñu kamasa te jin sido nu ndasa, kokaon ja ntnon junkau siki vesa. Teyun te kixinsa, tyi ndakinisa ja yute ku.
Nun ndakosa, ntnon ne'e tyi kuakua vikono te kokaun ja vi ntnon kun sauni te ma junkui. Jinio ja yuteyun tyi xatninka ndijin te vi ninka.
Nun Jasa jinkotosa, yuteyun tui ja ni skin ndindi yuyu. Te maka itau itauni, te makibide ñu in ve'e nayiu ja kastnani Tambora. Te ke kuakua ñu yeña.Tambora jaña vida kiña kuetyi ja itau yute ja ku, te yeyun keneña tyiunña naua kinkuiti vida tayunuti nu tu jika ni yute.
Masa jin kusa tyi ka junkoto tukunisa nu ñiniya te kandiasa ndute ja ntnon makuveka vida manduntnunka. Y un kapsa nde nana te tu kakuitasa ja kandiasa. Teyun te ni kakuisa nu yuku, tyi kakasa vi kunisa naua kakan nayiy, xin yute katunini kuakaua nayiu, te suani kandiasa yu'u nayiu su tu ndijin sonson.
Tu junkinuinisa te naun ja Serpentina ni ya yute aya, ñu jini kajiti ja masu ini yute un ja jini mati. Serpentina tyi masu kue kuakua okati.
Ni jikantnosa ni un nayiu no kua ni jini ñu ni yuyan ndute ja tu ni jinintna un tyiqueru lulu ja joka jin mató. Te ka ja kiti si tyi jati kao ityi ninu te yatnin yatnin ni ya nu oooo nayiuyu, te y un te ni jiokava kiti yun teyun te tu ni jinikade ndiki ni jati.
Te vida nomon yuni te tu kajinisa ja teku tyukeru a xi ni jiti xi yata sitio kua .
Te nu ni kajanu te kuankui jin axi ja kanda kuakua, te kakasnoña ja.masu javatuka. Mai tyi ni kakutua te ni kaojunkinu uauay nuni ka oskesu, nu ni kaokanña ayun nu ni okua kuakua. Sanu sanu kajunkein ndute yute, te y un koi kajiotutui nu ñu'u vityi jinetes un axi sikimain.
Te y un te ni skunuya yuasa nu ndui. Stayuka ni ondetuya yuasa nde nu kundainide;su nun kuke tu ni kundekade te ni skunuñade.
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La noche que lo dejaron solo
(El Llano en llamas, 1953) |
Kiu nun kune jan kasto maintnoña
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—¿Por qué van tan despacio? —les preguntó Feliciano Ruelas a los de adelante—. Así acabaremos por dormirnos. ¿Acaso no les urge llegar pronto?
—Llegaremos mañana amaneciendo —le contestaron. Fue lo último que les oyó decir. Sus últimas palabras. Pero de eso se acordaría después, al día siguiente. Allí iban los tres, con la mirada en el suelo, tratando de aprovechar la poca claridad de la noche. “Es mejor que esté oscuro. Así no nos verán.” También habían dicho eso, un poco antes, o quizá la noche anterior. No se acordaba. El sueño le nublaba el pensamiento. Ahora, en la subida, lo vio venir de nuevo. Sintió cuando se le acercaba, rodeándolo como buscándole la parte más cansada. Hasta que lo tuvo encima, sobre su espalda, donde llevaba terciados los rifles. Mientras el terreno estuvo parejo, caminó deprisa. Al comenzar la subida, se retrasó; su cabeza empezó a moverse despacio, más lentamente conforme se acortaban sus pasos. Los otros pasaron junto a él, ahora iban muy adelante y él seguía balanceando su cabeza dormida. Se fue rezagando. Tenía el camino enfrente, casi a la altura de sus ojos. Y el peso de los rifles. Y el sueño trepado allí donde su espalda se encorvaba. Oyó cuando se le perdían los pasos: aquellos huecos talonazos que habían venido oyendo quién sabe desde cuándo, durante quién sabe cuántas noches: “De la Magdalena para allá, la primera noche; después de allá para acá, la segunda, y ésta es la tercera. No serían muchas —pensó—, si al menos hubiéramos dormido de día”. Pero ellos no quisieron: Nos pueden agarrar dormidos —dijeron—. Y eso sería lo peor. —¿Lo peor para quién? Ahora el sueño le hacía hablar. “Les dije que esperaran: vamos dejando este día para descansar. Mañana caminaremos de filo y con más ganas y con más fuerzas, por si tenemos que correr. Puede darse el caso.” Se detuvo con los ojos cerrados. “Es mucho —dijo—. ¿Qué ganamos con apurarnos? Una jornada. Después de tantas que hemos perdido, no vale la pena”. En seguida gritó: “¿Dónde andan?” Y casi en secreto: “Váyanse, pues. ¡Váyanse!” Se recostó en el tronco de un árbol. Allí estaban la tierra fría y el sudor convertido en agua fría. Ésta debía de ser la sierra de que le habían hablado. Allá abajo el tiempo tibio, y ahora acá arriba este frío que se le metía por debajo del gabán: “Como si me levantaran la camisa y me manosearan el pellejo con manos heladas.” Se fue sentando sobre el musgo. Abrió los brazos como si quisiera medir el tamaño de la noche y encontró una cerca de árboles. Respiró un aire oloroso a trementina. Luego se dejó resbalar en el sueño, sobre el cochal, sintiendo cómo se le iba entumeciendo el cuerpo. Lo despertó el frío de la madrugada. La humedad del rocío. Abrió los ojos. Vio estrellas transparentes en un cielo claro, por encima de las ramas oscuras. “Está oscureciendo”, pensó. Y se volvió a dormir. Se levantó al oír gritos y el apretado golpetear de pezuñas sobre el seco tepetate del camino. Una luz amarilla bordeaba el horizonte. Los arrieros pasaron junto a él, mirándolo. Lo saludaron: “Buenos días”, le dijeron. Pero él no contestó. Se acordó de lo que tenía que hacer. Era ya de día. Y él debía de haber atravesado la sierra por la noche para evitar a los vigías. Este paso era el más resguardado. Se lo habían dicho. Tomó el tercio de carabinas y se las echó a la espalda. Se hizo a un lado del camino y cortó por el monte, hacia donde estaba saliendo el sol. Subió y bajó, cruzando lomas terregosas. Le parecía oír a los arrieros que decían: “Lo vimos allá arriba. Es así y asado, y trae muchas armas.” Tiró los rifles. Después se deshizo de las carrilleras. Entonces se sintió livianito y comenzó a correr como si quisiera ganarles a los arrieros la bajada. Había que “encumbrar, rodear la meseta y luego bajar”. Eso estaba haciendo. Obre Dios. Estaba haciendo lo que le dijeron que hiciera, aunque no a las mismas horas. Llegó al borde de las barrancas. Miró allá lejos la gran llanura gris. “Ellos deben estar allá. Descansando al sol, ya sin ningún pendiente”, pensó. Y se dejó caer barranca abajo, rodando y corriendo y volviendo a rodar. “Obre Dios”, decía. Y rodaba cada vez más en su carrera. Le parecía seguir oyendo a los arrieros cuando le dijeron: “¡Buenos días!” Sintió que sus ojos eran engañosos. Llegarán al primer vigía y le dirán: “Lo vimos en tal y tal parte. No tardará el estar por aquí.” De pronto se quedó quieto. “¡Cristo!”, dijo. Y ya iba a gritar: “¡Viva Cristo Rey!”, pero se contuvo. Sacó la pistola de la costadilla y se la acomodó por dentro, debajo de la camisa, para sentirla cerquita de su carne. Eso le dio valor. Se fue acercando hasta los ranchos del Agua Zarca a pasos queditos, mirando el bullicio de los soldados que se calentaban junto a grandes fogatas. Llegó hasta las bardas del corral y pudo verlos mejor; reconocerles la cara: eran ellos, su tío Tanis y su tío Librado. Mientras los soldados daban vuelta alrededor de la lumbre, ellos se mecían, colgados de un mezquite, en mitad del corral. No parecían ya darse cuenta del humo que subía de las fogatas, que les nublaba los ojos vidriosos y les ennegrecía la cara. No quiso seguir viéndolos. Se arrastró a lo largo de la barda y se arrinconó en una esquina, descansando el cuerpo, aunque sentía que un gusano se le retorcía en el estómago. Arriba de él, oyó que alguien decía: —¿Qué esperan para descolgar a ésos? —Estamos esperando que llegue el otro. Dicen que eran tres, así que tienen que ser tres. Dicen que el que falta es un muchachito; pero muchachito y todo, fue el que le tendió la emboscada a mi teniente Parra y le acabó su gente. Tiene que caer por aquí, como cayeron esos otros que eran más viejos y más colmilludos. Mi mayor dice que si no viene de hoy a mañana, acabalamos con el primero que pase y así se cumplirán las órdenes. —¿Y por qué no salimos mejor a buscarlo? Así hasta se nos quitaría un poco lo aburrido. —No hace falta. Tiene que venir. Todos están arrendando para la Sierra de Comanja a juntarse con los cristeros del Catorce. Éstos son ya de los últimos. Lo bueno sería dejarlos pasar para que les dieran guerra a los compañeros de Los Altos. —Eso sería lo bueno. A ver si no a resultas de eso nos enfilan también a nosotros por aquel rumbo. Feliciano Ruelas esperó todavía un rato a que se le calmara el bullicio que sentía cosquillearle el estómago. Luego sorbió tantito aire como si se fuera a zambullir en el agua y, agazapado hasta arrastrarse por el suelo, se fue caminando, empujando el cuerpo con las manos. Cuando llegó al reliz del arroyo, enderezó la cabeza y se echó a correr, abriéndose paso entre los pajonales. No miró para atrás ni paró en su carrera hasta que sintió que el arroyo se disolvía en la llanura. Entonces se detuvo. Respiró fuerte y temblorosamente. |
¿Tenaun ja kueni kueni kuankuilo?—jinkantnoña Feliciano Ruelas ja kayostnon—. Sa vistiyo ja vida kusunyo. ¿ Ja tu kanuinilo kentakui ñamaro?
—Stnen kentakuiyo nu vinin tuni— Kajuya.—
Jayun ku ja ni nininka. Jakakanika. Su ndacade nu inka kiu.
Y un kuanki ndi uní. Kayinu nu ñu'u tyi vivinika na nunca kune.
“Vanika ja ne'e. Da tyi mavikuniña”. Sa kaka nu jakuaiku. Tu kandaka.
Vitnan, nde sukun, ndiasa vaji tukuni. Jinisa nu makuyantnin. Nde nun lenta sikisa, nde nu yatasa, nu jisosa ntnujin.
Te ñuyun tyi ndanda,ni jika ñamaka. Nun jinkonde ja sukun, ni kendo; jinkonde xini manda kuenikueni, naku jika kuenikueni. Sabana tyi yatnin ka ya nu o de, te kayosntnonka nude.
Ninide ni skiden ni ka kixion nomon ndu. Su ma tyi tu ni kakatyide: ku vi ndatniña nu kakixio. Te ayun koku ja ioioka.
—¿ ja ioioka nu nein?.
Vitnan tyi ja kixion tyi ka'an. “ Juñarin ja vikondetu: vida stoyu kiuya ja vida ndatatuyo. Stnen te vida kakajaouko jin ndindi, vatuni vi kunuyo. Vatuni tyi mal tyi tujinio.”
Ni junkui te ndutyinu tyi kandesi. “ kuakua nu — kade—. ¿ Naua kakundeyo ja kanuiniyo? Ndindi ka kaskunauyo, tu son son naua nevayo “Jinconde lana: “¿ Ndenu kauro?.”
Nomon yuyuni: “ kuankui, sei. ¡ Kuankui!”.
Jinkotu nu in yutnun. Yun nu yu'un ndikon te ntnan nu ndute ndiko. Jaya ku yuku ja kakan.
Ndakunede ndade kokaun ja ntnon skinkuade nomon ne'e te ndanide kuakua yutnun. Statatyide te xiko suja ni nide. Teyun te ni jandetude kunka nu ni kixinde, te ni jinide naxa jijin ñide.
Ni stakoña han ndiko nu vinin tu.
Ndacode nun kakana. Kandiaña. Ni kakan nude: “ Ovani”, kakan. Su madre tyi tu ni kade.
Ndakade nokua sade. Ja ni tu. Te tnon tniude ja ni ya de yukuyun nun kune naua da te ma vida kiniña ja kajitoyun.
Jundiode ityi te ni jandede ityi yuku, te makade vi makude te sa ni o de.
Feliciano Ruelas ni ondetude inunu ja na junkui tyide. Teyun te ni stade tatyi kokaon nu ndute te ñumade nu yu'un, jikajande kuade, tundamade made jin ndade.
Nunca kentade nu un yute lulu, ni sa ndade xinide te ni jinkondede jinode. Tu ni ndiade ityi yata ni tu ni junkuide ja jinode ndenun jinide ja yuteyun tyi tyituya jinde.
Teyunte san jinkuide. Ni sta tatyi uauade te ni mdandikide.
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